domingo, 17 de marzo de 2013

7 LAS ETIQUETAS

Muchas veces usamos las palabras para identificar, valorar o clasificar; es decir, las usamos como etiquetas.

He comentado en el post anterior que la palabra es un símbolo, representa la realidad pero no es la realidad en sí. Ésto hace que al usarlas para etiquetar, creamos una realidad virtual.

Dicen que las palabras tienen el poder de agradar o herir. En realidad ese poder se lo damos nosotros, pues el sonido (base de la palabra) es neutro; pero éste es otro tema.

Permítanme relatarles una historia en la cual podemos observar el gran poder de las palabras, cuando aún no nos hemos dado cuenta que la realidad de ese poder se encuentra en nosotros.

“Un niño de 9 años se acerca a la mesa del profesor y le comenta:
- Maestro, no sé hacer este ejercicio.

El ejercicio ponía:

“Escribe en plural las siguientes palabras:
Niña, perro, gata, mesa y silla.”

- Sí lo sabes hacer, porque lo dimos ayer. Y los ejercicios los realizaste bien. Léelo de nuevo.

El alumno, silabeando un poco, relee el ejercicio. Vuelve a mirar al profesor y le dice:
- No lo sé hacer.
- ¿Por qué? –Le pregunta el profesor.
- Porque soy hiperactivo y muy torpe.
- Y yo te he dicho, que sí lo sabes hacer.
El alumno se queda mirando al profesor, mientras piensa: ¿Qué maestro me ha tocado este curso?, no se entera que soy torpe y los torpes no sabemos hacer las cosas, nos tienen que ayudar siempre.
- Bueno Antonio, -le dice el maestro-, ¿Qué palabra no entiendes? Vuelve a leer el enunciado.
- Escribe… -Comienza el alumno.
- Espera, ¿sabes lo qué es escribir?
Vuelve a aparecer la expresión anterior en la cara de Antonio. Una expresión que se podría interpretar: “Ya tengo 9 años, cómo no voy a saber lo qué es escribir”.
- Pues claro que lo sé. –responde convincente.
El mismo proceso se repite con “palabras” y “siguiente”. El profesor se ha guardado “el As”, para la última jugada.
- ¿Y plural, te acuerdas?
El alumno duda.
- Esta es la única palabra que aún no conoces bien. Pero las otras las conocías perfectamente.
Recuerdan el significado de singular y plural.
- ¡Eso es lo que hay que hacer!, ¡si éso es facilísimo! –responde Antonio como quién encuentra un tesoro perdido.
- Sí, pero tú no lo puedes hacer porque eres muy torpe. –Le recuerda el maestro.
Entre profesor y alumno surge una sonrisa de complicidad.
El alumno coge su cuaderno para volver a su sitio, con la cara radiante de felicidad como si le hubieran hecho un regalo. 
El profesor lo detiene.
- Antonio, tú no eres hiperactivo, eres un niño que tiene hiperactividad. Hay niños altos, bajos, delgados, gordos… Tú, eres Antonio y tu hiperactividad hace que tengas que releer los ejercicios más que tus compañeros.
A mí me gustaría volar como los pájaros, pero no tengo alas. Pero el Ser Humano ha inventado el avión, y sin ser pájaro puedo volar. Eso sí, me cuesta dinero.

Al día siguiente el alumno vuelve a la mesa del profesor y le dice: Maestro no entiendo bien lo que me piden en este ejercicio.

- ¡Estás hecho un campeón! –Le comenta el maestro.
Y la sonrisa de complicidad vuelve a aparecer en sus rostros.”

La sonrisa del alumno surgía al haber roto inconscientemente una etiqueta mental limitante.
La sonrisa del maestro surgió porque sabía que había roto una etiqueta que podría haber acompañado a ese alumno de por vida. Una etiqueta que hubiera limitado su aprendizaje, quizás hasta el borde de la apatía por el estudio. Había conseguido que se ilusionara por aprender. Su aprendizaje sería, por ahora, lento como el avanzar de un caracol. Pero, bueno; no todos podemos ser liebres.

1 comentario:

Sor.Cecilia Codina Masachs dijo...

Un relato precioso y real, suerte que
el maestro era un buen pedagogo. Cuantos niños se pierden por no estar los maestros preparados. Yo lo sufrí.
Ángeles mi libro ya se ha publicado lo he escrito para padres y educadores. Te escribí a tu correos y no he recibido respuesta, creo que te va a gustar.
Te dejo mi correo y me dices algo
sorceciliacodina@hotmail.com
Con ternura
Sor.Cecilia